ARCO 2023
Cada año, cuando me acerco a la Feria Arco salgo con una mezcla extraña de sensaciones provocadas por mi forma de percibir y mirar.
Por un lado llego ávida de conocer qué es lo que se va a mostrar, el tipo de obra que se ofrece en el mercado (consagrado), la tendencia y la propuesta muy calculada que hace que cada una de las galerías que allí se exhiben, que hace que abran como un pavo real lo mejor de su plumaje y expongan la apuesta de lo que consideran de mayor interés al público que se va a acercar a ver y comprar. La propuesta tiene que ser certera, porque el periplo para llegar a Arco no es fácil, un comité de selección, un desembolso económico muy fuerte…
Arco es una feria y como tal se debe al mercado de obras de arte contemporáneo, el fin de las ferias, de esta y de cualquiera, es la venta. Concentrar la oferta y concentrar la demanda es lo que hace que se incentive el mercado, genera movimiento, interés y atraiga al coleccionismo.
Cuando paseas por los diferentes stands de la feria, por los pasillos, también observo detenidamente a ese público, o potencial cliente que en la mayoría de los casos va dirigido por un asistente, o por un asesor artístico y/o financiero que dirige la explicación y posiblemente la venta de las piezas que finalmente se verán adquiridas. El mercado del arte es complejo y también caprichoso, el éxito de un artista no radica exclusivamente en la calidad artística del mismo. Son muchos más los factores que actúan para que un artista se encumbre o pase al olvido. La compra meramente por gusto estético a criterio del que la adquiere, no es lo más común en esta feria. Sí, la obra tiene que gustar pero si se habla de una cifra ya elevada se espera que la oferta traspase el criterio artístico es decir que sea rentable, o dicho de otro modo que esa pieza adquirida a un precio, en un futuro, a ser posible no muy lejano, suponga una plusvalía. Se busca una “inversión”.
Por otro lado están los directores artísticos y asesores de los museos y fundaciones quienes señalan las piezas con otra finalidad, más museística o de colección.
En medio de ese público necesitado de ver, entender, conocer y comprar, está una nube de periodistas acreditados, creo que este año han sobrepasado los 1300, que se encargan de vomitar un aluvión de cifras y datos: número de galerías qué exponen, porcentaje de ellas que son extranjeras (importante a tener en cuenta porque es una feria internacional), número de artistas representados, ratio de paridad de éstos según sexo, la obra más cara, la obra más barata y ¡como no…el show!: la obra “polémica”, porque claro, sino esto no es una feria de arte contemporáneo. Es ese dato el que más me molesta, buscar la extravagancia entre la propuesta para generar expectación y también desconcierto. Lo transgresor que siempre es la imagen de la feria que queda en la retina desdibujando a grandes piezas que se exponen por otros méritos.
Este año yo he echado de menos más riesgo o dicho de otro modo, he podido contemplar la oferta de nombres consagrados, en muchos de los casos ya fallecidos, pesos pesados que hacen ir a valores seguros, por lo que evidentemente lo ofertado en esos casos no es de nueva creación y con ello deja un regusto a que falta frescura y actualidad.
Finalizo haciendo una mención a otros agentes, a mi entender importantes para dar una visión menos sensacionalista y más formada de la feria, es la Asociación Española de Críticos de Arte, que han hecho su selección de “la mejor galería” que este año ha recaído en Elvira González. El premio a “la mejor obra o conjunto realizado por un artista internacional vivo”, ha recaído en Carlos Bunga. Y finalmente la tercera categoría a “mejor obra o conjunto realizado por un artista nacional vivo”, que ha sido para Guillermo Pérez Villalta.
Y ya durante el fin de semana se abren las puertas de la feria al resto de los mortales que, entre curiosidad y algarada, comentan con verdadera extrañeza y desconcierto el motivo de los precios de esas obras y sobre todo la capacidad de que haya alguien que las pague.
Carmen Terreros.